Vida, pasión y muerte del primer gaucho

AUTOR: Osvaldo A. Pérez. Artículo publicado en Osvaldo A. Pérez: Hombres, Hechos y Nombres de la Veterinaria Argentina, Buenos Aires, Ed. del autor, 1999, p. 122 a 125; 128 a 132 y 137 a 141.

Es gracioso -mejor tomarlo así- comprobar la cantidad de historiadores, algunos hasta con preparación universitaria específica, que se dedican al pasado de la ganadería sin tener el más mínimo conocimiento de las características fisiológicas de una vaca (ni hablemos de otras especies), y me refiero a las básicas e indispensables, como el tiempo de gestación, ciclo estral, aparición del primer celo postparto, etc. Menos aún he visto consultar a un veterinario. Uno de esos escritores compuso hace poco un manual dedicado a nuestras pampas coloniales en el que dedicó un capítulo a la ganadería. En su prólogo agradeció la ayuda de un agrónomo.

Los veterinarios cuentan con gran ventaja en este tema. Deberían aprovecharla y hacerla valer.

Ya que nos hemos alejado de los temas referidos al pasado de la veterinaria, hablemos entonces de la historia nacional y, específicamente, de los gauchos. Vamos a tratar ahora del primero que se llamó a sí mismo como tal. Al final del tercer y último capítulo de esta serie he colocado un glosario para comodidad del lector.

Como a los gauchos se los menciona mucho pero muy pocos se atreven a definirlos -dando pie a confusiones hasta sobre su existencia- vamos ante todo a aclarar este punto. Con la palabra gaucho se designó, a fines del siglo XVIII, una forma de vida marginal de la campaña, caracterizada por el nomadismo y sustentada en el robo y el contrabando, integrada por gente que no quería, o no podía, atarse a los patrones legales de la época, conformados estos por los labradores y pastores1.

Gaucho y no gauderio. Gaucho y no changador. Aunque los tres términos fueron usados en muchos documentos como sinónimos, tuvieron sus orígenes en distintos momentos históricos y para indicar diferentes actitudes del campesino. La denominación gauderio, de aparición anterior en varias décadas a la de gaucho, y con un significado de vagancia no tan mal visto para sus coetáneos2, fue progresivamente dejándose de usar, siendo desplazada por la palabra que nos ocupa. El changador, en cambio, señalaba una tarea ilícita, como era la faena de cueros clandestina o con licencia ilegal. Si bien un gaucho podía ocuparse ocasionalmente como changador, no todo changador era gaucho.

...a fines del siglo XVIII, ya que si bien la historiografía ha procurado hallar gauchos desde los orígenes de la colonización del Río de la Plata, la designación de un individuo como tal sólo aparece a fines de la etapa hispánica. En este trabajo se utiliza la palabra en su sentido estricto, entendiendo que su aparición responde a un nuevo modus vivendi, y no a una mera sinonimia, hecho este que ha llevado a más de una confusión en su etimología.

...forma de vida, una de las tantas que la campaña ofrecía en aquellos años, puesto que se podía vivir momentáneamente como gaucho y “cambiar de categoría” fácilmente gracias al empleo como peón de estancia, o a integrar una partida de faeneros como desollador, barraquero, caballerizo, sebero o vaquero; transformarse en forma instantánea en changador, si dicha partida no contaba con licencia legal para hacer la faena; o andar vagando por el campo sin otra preocupación que la de ser un gauderio divertido que dilapida unos pesos ganados en algún conchabo fugaz.

....caracterizada por el nomadismo. Los inmensos campos incultos rioplatenses de la etapa prehispánica sirvieron de abrigo a numerosos bandidos, contrabandistas, presidiarios fugados, marineros y soldados desertores. La justicia que los perseguía, lógicamente tampoco permitía a ningún vecino o estanciero cobijar tal gente en sus propiedades. También se refugiaban en estos vastos territorios fronterizos, peones de estancias despedidos o que se habían marchado por incumplimientos patronales. Tampoco estos fueron bien vistos por las autoridades, debido a que su subsistencia creaba un mal ejemplo para los peones fijos o estables de sus haciendas, al tiempo que representaban una verdadera polilla de los campos.

...marginal, sustentada en el robo y el contrabando puesto que quien se hallase en la campaña sin propiedad ni trabajo -justificado a través de la papeleta de conchabo impuesta por Sobremonte en Córdoba en la década del 80 y extendida a Soriano en la del 90-, sólo podía subsistir gracias a la hacienda realenga cimarrona, o particular alzada, la que no sólo le brindaba su alimento, sino que mediante la comercialización de sus cueros, sebo y grasa proporcionaba algunos reales como para poder gastar en las pulperías. Todo esto hizo que fueran considerados como un daño para la campaña, y como tal perseguidos.

...gente que no quería o no podía atarse a los patrones legales, lo que hace referencia tanto al particular gusto del hombre, teniendo en cuenta las condiciones imperantes en el medio, como a su imposibilidad de permanecer dentro de la sociedad de aquellos días, ya fuese por la comisión de un delito, o por la deserción de un regimiento, o por la fuga de un presidio.

Gran importancia tuvo, en la aparición de este tipo de campesino marginal, la transformación del modo productivo de la principal fuente de riquezas de estas tierras, la ganadería. De la sencilla vaquería en territorio realengo con peones conchabados ocasionalmente y sin cuidados de manejo, que prevaleció en el siglo XVII y comienzos del XVIII, se pasó con el tiempo a la estancia de alzados, escalón intermedio en el camino hacia el manejo racional de los ganados, que culminó en la estancia de rodeo.

Este cambio, obligado por la destrucción sistemática que se hizo de las últimas grandes cimarronadas, particularmente hacia fines del siglo XVIII con la apertura del libre comercio, se tradujo en:

1. La expansión geográfica de los límites de tierras de particulares.

2. Una mayor demanda de mano de obra, indispensable para atender a los nuevos cuidados que imponía el establecimiento de puestos -estancia de alzados-, o de una crianza racional -estancia de rodeo.

3. Finalmente, en una evaluación cada vez más negativa de la vagancia.

Mientras las tierras realengas fueron extensas, y los ganados allí albergados fueron suficientes para satisfacer las necesidades de los propietarios de estancias de alzados, de los contrabandistas y de todos aquellos que vivieran como nómades en la campiña, la situación legal de estos últimos si bien mal vista, fue tolerada. Pero cuando las propiedades de los estancieros chocaron con los territorios explotados por los contrabandistas, los changadores resultaron una plaga insoportable, y los gauchos un mal ejemplo que debía erradicarse, sirviendo la papeleta de conchabo como identificación para quienes estaban a salvo de la persecución.

Cuestiones etimológicas

El origen de la palabra gaucho es un tema fundamental para comprender su aparición y su difusión. Según la investigación llevada a cabo por Assunçao, la primera vez que aparece en un escrito la palabra gaucho es en una carta del comandante de Maldonado, Pablo Carbonell a Vértiz, fechada el 23 de octubre de 17713.

En la misma región geográfica, es decir el sudeste de la Banda Oriental, se usaba unos años antes el vocablo “gancho” para denominar a ciertos delincuentes que pretendían atraer a otros para ejercer una forma de vida ilícita. La historiadores oriental Florencia Fajardo Terán ya advirtió esta particularidad hace casi dos décadas en su obra “Los ganchos de la villa de San Carlos” [Montevideo, s. e., 1980] y sin embargo poca repercusión se le ha dado a su valioso aporte, por lo que me permitiré insistir sobre el tema añadiendo nueva documentación.

En carta dirigida a Bucareli desde Maldonado el 26-4-1767, Francisco de la Riva Herrera se refería a José Fernández y Juan Pereyra como los “principales Ganchos, de los peones, y vecinos de la villa de San Carlos para hurtar ganados, y unirse con los ladrones...”4. El término es reiteradamente usado por Riva Herrera haciendo referencia a los acusados como “delincuentes ganchos” y “recíprocos ganchos entre sí, y de los peones del Rey, para unirse con los portugueses ladrones”5.

En el proceso que se siguió a estos ganchos quedó claro que su finalidad era tentar a los vecinos y trabajadores del lugar, con el “regalo” de plata y géneros, a sumarse al comercio ilícito con los dominios portugueses. Ignacio Rivero, uno de los peones de la estancia del Rey y vecino de la villa de San Carlos, declaró que Simón Correa Pinto lo instó a pasarse el Río Pardo con los suyos. El vecino Luis Tomás fue más allá y agregó que un mulato zapatero -que no era otro que el ya aludido Correa Pinto-, casado con esclava, le dijo que José Fernández, vecino de San Carlos, le había comentado que a quien llevase al Río Pardo le daría 24 pesos y dos camisas. Correa Pinto, mulato libre, también vecino del lugar y zapatero de ejercicio, dijo en su descargo que su tarea era la de simple mediador, culpando al referido José Fernández de la tentación. Tres meses más tarde el mismo Riva Herrera escribe nuevamente a Bucareli desde Maldonado que envió en la barquilla La Toscana con un ladrón gauderio, que había tomado aquellos días, a “Simón Correa Pinto uno de los Principales Ganchos de la Villa de San Carlos, que estaban presos...”6.

La misma autoridad que escribía sobre los ganchos existentes en el lugar, distinguía a los gauderios que hacían incursiones delictivas en la campaña. En carta del 7-6-1767 le avisa a Agustín de la Roza que el capitán Pinto Bandeira “hombre experimentado de campo [viene] a incorporarse con los gauderios para hacer las irrupciones...”7. También le informa que “la insolencia de los gauderios crece todos los días, y mientras estos no se extingan, no podrá vivir ningún estanciero en estas inmediaciones. Su número aseguran llega a cuatrocientos...”8.

Como todos los documentos citados llevan la firma de la misma persona, podría pensarse en la equivocación de una autoridad, en este caso Riva Herrera, que desconoce el verdadero término, pero el 6 de junio de 1770 Juan de Pagola, Juan Esteban Duran, Domingo Guerrero y Luis Ximénez se dirigen a Bucareli desde Montevideo diciendo que cinco vagos traídos de las campañas se ocultaron de la revista para ir a Malvinas. Lo lograron gracias a ofrecer un rescate “por medio de una tropa de ministriles luciferinos que tiene la gente para estos ganchos...”9.

A partir de 1771 no he hallado el vocablo gancho en la documentación de la Banda Oriental, sí en cambio comienza su aparición la palabra “gaucho”, habiéndose producido entonces una deformación posiblemente por la existencia anterior del término gauderio, cuya sílaba inicial desplazó la correspondiente en gancho. Precisamente esta asimilación en una palabra más corta y de más sencilla pronunciación, debe haber sido la causa que determinó la generalización del significado del gaucho, hacia un contexto mucho más abarcativo, donde ya resultan comunes las sinonimias y confusiones en las adjetivaciones de los individuos de la campaña ubicados al margen de la ley. También se produjo así la desaparición del vocablo gauderio, pues el nuevo vocablo terminó por comprenderlo y sustituirlo.

El proceso iniciado en Buenos Aires por abril de 1796 contra Roque Basualdo, nos permite acceder a cierta intimidad de la campaña del Río de la Plata. El reo, aprehendido en la villa de Concepción del Uruguay a fines de diciembre de 1795, estaba acusado de haber dado muerte, unos siete meses antes, en el paraje llamado Arapey -en la Banda Oriental- al pulpero José Españón. El vecino de la viceparroquia de Nuestra Señora de las Mercedes, Benito Chaín, fue el encargado de prevenir al administrador de Paysandú, Carlos Villaseca, que andaba por el pago, quien para él había sido el asesino de su amigo Españón10.

Ya preso en la Real Cárcel, Basualdo fue llamado a declarar. Este mulato libre intentó, como primera medida, confundir a las autoridades cambiando su nombre por el de Juan Romero. Manifestó ser natural de Santa Fe, soltero, su ejercicio peón de campo, de 50 a 52 años. Según sus dichos, se había presentado en la pulpería de Españón a pedirle un real de aguardiente fiado. Ambos se conocían de tratos comerciales, pues ya antes el pulpero le había dado fiados a cambio de cuarenta y tantos cueros que el acusado, "como changador que era en aquellos campos" le había entregado. La negativa del pulpero ocasionó una discusión que, siempre según Basualdo, terminó cuando aquel amenazó usar un trabuco y este decidió atropellarlo con un cuchillo. Después de herirlo, le robó el trabuco y se fue a caballo.

Hagamos ahora las primeras observaciones:

1.- Los cambios de nombre, como el que Basualdo efectuó en su declaración, eran un hecho común en la campaña, especialmente cuando se quería ocultar un pasado delictivo. José Mariano Acosta, desertor blandengue de Buenos Aires, aprehendido en la Banda Oriental en abril de 1798, resultó ser quien -después de su deserción- había trabajado por largo tiempo como peón del Rey en la estancia del Rosario bajo el nombre de Francisco Aguirre11. El propio Roque Basualdo figuraba en otros expedientes con el nombre Juan Bautista.

2.- Es interesante notar la filiación de Basualdo, así como los datos que se desprenden de su declaración, puesto que sirve para introducirnos en la caracterización antropológica del individuo marginal en la zona rural. Como un sólo caso no nos permite generalizar que todos los gauchos fueron mulatos y santafesinos, he tomado la relación de presos que al 12 de junio de 1785 había en la Ciudadela de Montevideo, provenientes de distintas aprehensiones efectuadas en la campaña por el Comisionado Antonio Pereyra, los Comandantes Félix de la Roza y Francisco Lucero, y por las partidas del resguardo. Pese a que en ella no figura ningún presidiario catalogado directamente como gaucho, por la falta de uso del término para este tiempo, sí encontramos gran parte del muestrario de marginales de la campaña, que poco o nada diferían de estos13.

De dicha relación surge que, sobre un total de 102 presos, 74 de ellos debían su prisión a ser changadores, 3 a su cualidad de gauderios, y 25 eran contrabandistas. La edad promedio de los 100 que poseen datos sobre el particular, era de 29 años. La calidad mayoritaria era la de indio -que incluye los mestizos-, pues representa el 57%, en tanto que los blancos eran el 36%, los mulatos el 5% y los negros el 2%. La soltería era el estado predominante, 78%. Los portugueses constituyen el 26% del total.

Comparando estos números con los correspondientes a las categorías de peón y arrimado, presentes en el padrón de Aldecoa –levantado en la jurisdicción de Montevideo en 1772- existe una evidente similitud. En el censo, los peones poseen una edad promedio de 30 años, los arrimados de 34. Los porcentajes de soltería son del 89 y 74% respectivamente y los de indios-mestizos 68 y 51%.

La relación hecha no significa que los marginales, fueran estos changadores, gauderios o gauchos, provinieran exclusivamente de la masa de peones y agregados a las estancias, sino que existía un muy probable intercambio de situaciones que equilibra las características mencionadas.

3.- Respecto de la relación de presos, es de destacar que solamente quince de los changadores citados habían sido aprehendidos por Antonio Pereyra, quien fue destituido de su cargo por sospechas de tener partidas de faeneros a su cargo y de haberse mezclado en asuntos de contrabando14. Una vez que se hizo cargo de su puesto Félix de la Rosa, los cueros decomisados y los changadores apresados comenzaron a llover sobre Montevideo, y así entre el 27-7-1784 y el 17-4-1785 dicho comandante remitió a esta ciudad 51 changadores y 2 gauderios, en tanto que se decomisaron más de 64.000 cueros15. Esta elevada cantidad de changadores y contrabandistas aprehendidos en un período relativamente corto no debe asombrarnos, puesto que la presencia de ganado cimarrón o alzado atraía a este tipo de gente por sus posibilidades económicas.

Debe enfatizarse que si bien el ganado que se faenaba no era propio, el faenero ilegal tenía que trabajar como el mejor peón, ya que debía desjarretar -tarea a cargo del vaquero-, desollar, estaquear los cueros, acondicionarlos y transportarlos hasta el lugar de comercialización, que tanto podían ser los dominios portugueses como las pulperías de campaña.

Surge entonces la pregunta de por qué no se conchababan en las estancias, si al final de cuentas trabajaban como el que más. Varias son las causas, la diferencia de salarios a favor de la faena clandestina es una de ellas (aproximadamente un 20%), el no estar atado a una disciplina rígida impuesta por un capataz o mayordomo es otra, pero la principal era el método de explotación ganadera de la margen oriental del Río de la Plata en el siglo XIX, la estancia de alzados. La existencia de grandes latifundios permitió este régimen en el que la actividad pastoril se limitaba a unos pocos animales de rodeo que servían para abastecer a los contados peones fijos que cuidaban los puestos de la estancia. Periódicamente se conchababan peones desolladores, vaqueros, seberos y barraqueros para iniciar una corambre sobre ganado que pastaba silvestremente en terreno propio o realengo limítrofe con la propiedad. Los sueldos se pagaban con el producto de la faena, por lo que la autofinanciación de la expedición estaba asegurada, así como su rédito, puesto que la hacienda cimarrona todavía abundaba en los campos del norte del río Negro16.

Los desolladores y vaqueros que integraban las numerosas partidas de faeneros que surcaban el campo, cuando no tenían trabajo residían como agregados o arrimados en las estancias, a la espera del conchabo. Otros servían en tareas ocasionales como mano de obra disponible que convenía a los intereses del estanciero que le daba posada. Finalmente, otros, posiblemente los menos, vagaban por el campo en libertad cerril a la búsqueda de oportunidades. En este contexto, gauderios, changadores, peones, arrimados y gauchos se entremezclaban constantemente no sólo entre las diferentes personas que habitan la campiña, sino también dentro de un mismo individuo.

4.- El acusado sostiene que ya había tenido tratos con el pulpero, pues siendo changador le había pagado con cueros sus fiados. Las pulperías, especialmente las de campaña, eran verdaderas acopiadoras de cueros vacunos, provenientes en su gran mayoría de faenas clandestinas, efectuadas tantos por gauderios, changadores y gauchos solitarios, como por partidas organizadas por el mismo pulpero. Como decía el capellán de Canelones, Juan Miguel de Laguna, en 1780, refiriéndose a los mil hombres que según él se hallaban en los campos del norte de Montevideo haciendo corambre sin licencia, “lo cierto es que no hay pulpero que no tenga tropa”17. En opinión del fiscal José Márquez de la Plata (1799) las pulperías eran la cueva de malhechores y vagos18.

La suerte del pulpero tardó en decidirse una semana, al cabo de la cual, y después de haber relatado a varios amigos otra historia sobre el ataque que había sufrido, falleció. Los testimonios de sus allegados no sólo se encargaron de dar una nueva versión, sino que demostraron cierta saña en el accionar de Basualdo. Estaba Españón peinándose cuando el mulato ofrecióse a hacerlo en su lugar. Como aquel declinara el ofrecimiento, Basualdo sin más motivo le espetó: “Maturrango hijo de puta, así despreciás mis favores”19 y acto seguido lo golpeó con el cabo de su cuchillo en la sien. Apenas se había recuperado el pulpero, cuando recibió la puñalada que más tarde le ocasionaría la muerte. El agresor no huyó inmediatamente, sino que permaneció largo rato presenciando la agonía de su víctima, y mientras esta se revolcaba clamando a Dios, dijo: “todavía no murió ese demonio”. Los presentes le recordaron que el moribundo lo estaba oyendo, y que estaba para entregar el alma a Dios, por lo que debía guardar cierta conmiseración. Basualdo no se inmutó: “Déjelo que se lo lleven los diablos, que otros mejores mozos mueren en los campos”.

La fama del asesino se había extendido por la región, y si bien esto ya podría ser motivo de un relato literario, su suerte posterior lo era aún más. Chaín recordaba que días atrás, estando detrás del mostrador de su tienda llegaron unos hombres del campo que sacaron el tema del matador, y uno de ellos dijo que había visto a Basualdo en el puesto de la estancia de Don José de Toledo “y que había estado diciendo que se iba para Paysandú a ver si podía pasar del otro lado del Uruguay, porque el difunto lo perseguía, y que no lo dejaba dormir de noche, que siempre lo estaba puteando, y que no era la primera que había hecho, pero que nunca le había pasado otro tanto”. Cuando se le inquirió a Chaín sobre quienes eran los hombres que habían expresado esto, el declarante manifestó desconocerlos pero que “la traza de ellos era de gauchos o peones de estancia” 20.

5.- Es interesante destacar la expresión maturrango, asociada a un insulto, como índice de cierto resentimiento hacia los españoles por parte de aquellos que, como en este caso un mulato, tenían menores probabilidades de progreso y reconocimiento social. El propio Basualdo, que como inmediatamente veremos ya contaba con otras muertes en su haber, había manifestado años antes “que no habría de parar hasta no matar a todos los maturrangos que andaban en esta banda”21.

6.- La apariencia de los visitantes a la tienda de Chaín hace que este no sepa distinguir si eran peones de estancia o gauchos. Acá no sólo tiene importancia la vestimenta, que de por sí era bastante sencilla en el peón 22, sino también el aspecto general y las costumbres, que evidentemente en poco o nada diferían, a no ser por el ejercicio temporal de un conchabo.

El flujo de peones a gaucho, estaba avivado por distintos factores:

· La inestabilidad de las tareas rurales, generalmente temporales como la siega, la siembra, la yerra y la corambre.· El incumplimiento patronal de las retribuciones salariales, desde la falta de pago hasta el atraso del mismo, o el abono en géneros en vez de metálico.

Al respecto resulta interesante el informe elaborado por Lavardén el 28-4-1795 y dirigido a las autoridades de la Hermandad de la Caridad, acerca del estado de la estancia de Las Vacas, que en la costa sudoccidental de la banda Oriental explotaba dicha hermandad. “Sirva a V.m. de noticia cierta que en la Calera no hay un peón de provecho. La causa es de que allí se les pagan siete pesos, mitad a géneros y mitad a plata, y esto cada tres meses. En los contornos estamos pagando varios ocho pesos en plata o más, cumplido mes pagado, y socorridos todos los domingos, surtiéndonos de los peones, que sabemos que allí hay buenos. La corta ganancia que se hace en este método no equivale al grave perjuicio que originan los malos, y resabiados peones...”23.

Los peones que se conchababan no siempre venían con “recomendaciones”, antes bien, muchos de ellos eran de malos antecedentes. La necesidad de mano de obra barata hacía que se contrataran presidiarios apenas salían de la cárcel. El saladero de Miguel de Arroyo ubicado sobre la costa del río Uruguay, en el Espinillo, cercano a la Calera de las Huérfanas, obtenía parte de su personal siguiendo el método mencionado. El Alcalde de la Hermandad de dicha región, Diego Ruiz, decía de tales operarios: “...dependientes o peones, hombres que vienen aquí huyendo de otras partes por sus delitos... Por estas consideraciones, bien se echa de ver el perjuicio que recibe el público, y el estado de introducirse en esta Banda semejantes layas de gentes, pues ellas luego que salen de la Hacienda para que vinieron destinadas, se mantienen sólo del robo, que lo hacen al vecindario, y cuando ya son sentidos siguen la changada en los campos...”24.

Los delitos de Basualdo, como ya se ha insinuado, no habían comenzado en 1795. En 1777 había sido aprehendido por el alcalde de Víboras por haber matado a puñaladas a un hombre. Se lo sentenció a 10 años, siendo desterrado de Buenos Aires a Maldonado y en 1780 remitido a Montevideo. Estando en la ciudadela preso mató a otra persona, lo que agravó la pena. Fue liberado en 1787. Chaín recordaba haberlo conocido en Montevideo en 1781, cuando con la custodia de un soldado y con un grillete a cuestas pedía limosna por las calles de la ciudad. Tanto tiempo estuvo preso que ya se consideraba como esclavo del Rey, y así era considerado dentro de la ciudadela. Precisamente en enero de 1784 durante una pelea entre dos reclusos, Basualdo intervino para separar las partes con un: “Caballeros, aquí está el Mulato del Rey y así acábese esto” 25, con lo cual creyó poner fin a la disputa.

El incidente de la cárcel le costó una herida en la cabeza, pero no fue esta la única herida que recibió en la Ciudadela, pues a fin de ese mismo año recibió una puñalada que hizo poner en peligro un viaje a Malvinas para el que fue propuesto por las autoridades por su condición de presidiario albañil. Finalmente logró recuperarse y el 1-4-1795 partió para su nuevo destino, que contaba con la ventaja de que el tiempo de estadía solía computarse doble para el cumplimiento de la pena. Volvió en mayo de 1787, cuando fue liberado. A partir de allí, Basualdo comenzó a peregrinar por la Banda Oriental, conchabándose esporádicamente con diferentes patrones que, ya sea porque se enteraban de su mala fama o porque el mulato se encargaba de hacerla notar, terminaban despidiéndolo. De este modo procedió Benito García, que apenas se enteró de sus muertes “por haberlo oído decir a las personas gauderias de la campaña”26, se las ingenió para echarlo de la manera más disimulada posible. También trabajó en la estancia del maestre de campo Manuel Durán, en la costa del arroyo de las Flores, cerca del paso de Vera. En este último destino permaneció poco tiempo, pues en realidad ya estaba huyendo de una muerte que había hecho poco antes en una pulpería de San José. En efecto, en la cuaresma de 1793 Basualdo acuchilló al chileno Juan de la Cruz -con quien se trataba de compadre-, estando ambos en la pulpería de Juan Bautista Saralegui, en la villa de San José. El motivo parece haber sido el encono producido por una discusión que los dos mantuvieron por su paso en otra pulpería, poco antes del desgraciado suceso. Los testigos coincidieron en afirmar que Cruz llegó ebrio al lugar, e irritado comenzó a insultar a los presentes, entre los que se hallaba Basualdo, al tiempo que amenazaba con romper las cuerdas de una guitarra, que en manos de un tal Domingo acompañaba sus décimas, si es que esta no se callaba. Una puñalada en la garganta de Cruz, terminó con la riña de ambos y con la vida del chileno.

Tantas peleas dejaron abundantes cicatrices en el cuerpo de Basualdo, algo que llamó la atención de su antiguo patrón Benito García, y que motivó a que cuando aquel compareciese ante el alcalde de primer voto de Buenos Aires, Juan Agustín Videla, fuera invitado a despojarse de su camisa para apreciarlas. Además de una cicatriz debajo del ojo derecho, este mulato “corpulento, ñato y de mal gesto”, tenía una sobre la tetilla derecha de unas cinco pulgadas que denotaba el habérsele dado seis puntadas, otras dos en medio del pecho y en la boca del estómago, otra hacia la izquierda del vientre con marcas de dos puntadas, otras dos encima y debajo de la tetilla izquierda, y algunas más en los brazos. Videla no resistió la tentación de averiguar el origen de tantas heridas, a lo que Basualdo respondió que habían sido causadas “por los indios de la otra banda cuando ha peleado con ellos, porque le robaban los caballos, que como gaucho mantenía en aquellos campos”. El alcalde no pudo reprimir el dar su opinión sobre lo dicho por el reo, pues la condición que había argumentado este implicaba de por sí la confesión de una vida delictiva. “Siendo como ha dicho, gaucho de aquellos campos, cuyo ejercicio no es otro que hacer daño, en las vidas y haciendas de los sujetos traficantes, no puede menos que ser cierto lo que los testigos dicen de su mala conducta”27.

7.- Esta confesión, más allá de que no sea cierto que todas las heridas hayan sido causadas por peleas con indios, merece una doble consideración. Por un lado está el conflicto que por las haciendas cimarronas al norte del Río Negro mantenían los indios de las vaquerías de las Misiones con las partidas de changadores y gauchos de la zona. Por el otro, y es la que más interesa a este trabajo, la admisión de una condición de vida, la de gaucho, que de por sí sola implica un delito. Es por esta causa que no es frecuente hallar gauchos “asumidos” en esta época, y todavía para mediados del siglo XIX no será bien vista por los paisanos esta denominación28. Es por este motivo que a la fecha es Basualdo el primer gaucho confeso del Río de la Plata.

8.- En cuanto a la disputa que mantenían changadores e indios por una misma mercancía, recordemos que Agustín de Pinedo informaba al virrey Avilés el 4-11-1799 desde la Colonia del Sacramento que los infieles eran enemigos de los guaraníes, de los changadores, contrabandistas o ladrones que transitan los despoblados29. Félix de Azara escribía a Olaguer y Feliú el 11-2-1798 desde la comandancia del Cerro Largo que una partida de indios minuanes había matado 16 indios de las misiones y 7 gauchos 30.

9.- El relato de Basualdo sobre la situación vivida en la pulpería, sirve para ilustrar la vida cotidiana en estos sitios. Las décimas entonadas a los sones de una guitarra; la bebida que minaba humanidades a cambio de unos cuantos reales ganados legítimamente en un conchabo, o de unos cueros no tan bien habidos; las riñas, que frecuentemente terminaban en trágicos resultados. Sobre una de ellas, ubicada para abasto de los peones de la Calera de las Huérfanas, decía el administrador de dicha estancia, Florencio García, en carta dirigida al Hermano Mayor Basavilbaso el 30-1-1790: “Tengo significado a V.m. por mis anteriores lo gravoso y perjudicial que es a esta casa esta pulpería, pues su subsistencia ha de ser la ruina de ella y de los que la administran y para comprobación de mi verdad en el día de hoy, estando escribiendo esta, se me llamó saliera porque se estaban matando los peones y esclavos, estimulados por la embriaguez...”31.

Finalmente la sentencia que recibió Basualdo fue la pena de muerte, pero gracias a la actuación de su defensor, Pedro Méndez, que fundamentó su apelación en que las heridas que el condenado había inferido no habían sido mortales en un principio, y que no se debía condenar a muerte sino cuando se mataba a sabiendas y no cuando se hería, logró que el castigo fuera reducido a diez años de cárcel y 200 azotes, los que fueron aplicados el 6 de junio de 1801.

GLOSARIO

AGREGADO-ARRIMADO: Categorías censales que comprendían a personas que moraban dentro de una propiedad con consentimiento del dueño. Servían a este cuando hacía falta mano de obra temporal, ya fuera por la yerra, la cosecha, o una vaquería.

ALZADO: Animal manso que se hace montaraz. Los motivos podían ser una sequía, en la que el vacuno escapaba del rodeo buscando cursos de agua persistentes, o el paso de una bagualada. También podía ser provocado por el estanciero para salvar su hacienda en una seca; posteriormente la recuperaría mediante una recogida. En algunos casos se argumentó la falta de peones como excusa para tener el ganado sin marca y no sometido a rodeo, permitiendo -para provecho del hacendado-, la confusión del cimarrón con el propio.

AQUERENCIAR: O dar querencia. Tarea rural que consistía en recoger y parar la hacienda periódicamente en un determinado sitio para acostumbrarla a ese paraje. Esta maniobra de domesticación duraba aproximadamente tres meses, al cabo de los cuales se había creado el instinto. Igualmente el riesgo de que el vacuno volviera a la antigua querencia siempre estaba latente, especialmente cuando había engordado. El definitivo aquerenciamiento lo daba el nacimiento de la cría, pues el ternero ataba a la madre.

BARRAQUERO: Encargado del depósito, mantenimiento y acondicionamiento de los cueros vacunos hechos durante una vaquería.

CHANGADOR: Faenador de cueros clandestino o sin licencia.

CIMARRÓN: Animal salvaje, no domesticado.

DESJARRETADOR: Instrumento consistente en una media luna de hierro cortante, sujeta en la punta de un asta. De ella se valía el vaquero, quien a caballo y al galope cortaba los tendones del bovino, por encima del garrón, dejándolo imposibilitado para trasladarse.

DESOLLADOR: Peón encargado de desollar la res. Durante el siglo XVIII y en la Banda Oriental, generalmente cobraba entre 2 y 3 reales por pieza hecha.

ESTANCIA DE ALZADOS: La estancia de alzados era el establecimiento rural que basaba su economía en el aprovechamiento de los cueros, sebo y grasa de vacunos criados y mantenidos en forma silvestre. Solamente contaba unos pocos animales mansos necesarios para la manutención del personal a cargo de los puestos en que se fraccionaba la propiedad. Fue el sistema dominante en la Banda Oriental durante el siglo XVIII. La estancia de rodeo, con bovinos mansos exclusivamente, fue notable recién en el siglo XIX, especialmente después de la difusión del alambrado. Fueron comunes los sistemas mixtos donde el ganado alzado actuaba como una reserva.

GANCHO: Individuo que tenía por misión atraer a otro para efectuar en la campaña tareas ilícitas, como el robo y contrabando.

GAUCHO: Estilo de vida marginal de la campaña caracterizado por el nomadismo, y sustentado en el robo y contrabando, al que adherían aquellos que no podían o no querían atarse a los patrones legales de la época.

GAUDERIO: Vago de la campaña. Ser una persona gauderia no siempre implicaba un delito, pues hasta el gobernador de Montevideo, Agustín de la Roza, pensó en ellos para defender la plaza durante su gestión.

MOSTRENCO: Animal que por no tener dueño conocido se aplican al Rey. En el Río de la Plata ya desde 1590 se procuró demostrar que no existían, pues los animales cimarrones se consideraban sucesores de los mansos que se habían escapado a los vecinos fundadores.

PAPELETA DE CONCHABO: Documento escrito que acreditaba la pertenencia de un trabajador a un establecimiento rural. Impuesto por Sobremonte en Córdoba a fines del siglo XVIII, su uso se extendió posteriormente a otras regiones del virreinato. Exigible por la autoridad a todo aquel que anduviera recorriendo la campaña.

PEÓN DE MES CORRIDO: El que cobraba por mes y era considerado estable o fijo. Solía ser de todo servicio. Los peones temporarios, eran conchabados para una labor ocasional.

REALENGO: Perteneciente al rey. Se aplicó particularmente a las tierras y animales.

RODEO: Se llamaba así a la reunión del ganado mayor y también el sitio donde se juntaba. Se paraba el rodeo para contar los animales, para recaudar el diezmo, o para que otros vecinos recogieran sus animales escapados.

VAQUERÍA: Expedición hecha dentro de la campaña con el fin de faenar bovinos para extraerles el cuero, sebo y grasa. Los faeneros que la integraban comúnmente eran un vaquero, un barraquero, uno o dos seberos -que sacaban el sebo y grasa de la res- y seis a diez desolladores. La vaquería duraba días o meses, según el tipo de animal sacrificado, pues no era lo mismo hacerla con animales mansos y de rodeo, que con cimarrones montaraces.

VAQUERO: Jinete que con el desjarretador iba inmovilizando los bovinos en el transcurso de una vaquería. Posteriormente descendía y utilizando una chuza sacrificaba el animal, dejando su cuerpo a merced de los desolladores. Cobraba a razón de medio real por cuero hecho.

1 Sobre las categorías de pastor y labrador véase Azara, Félix de: Viajes por la América meridional, Madrid, Calpe, 1923, tomo II, p. 170.

2 El gobernador de Montevideo, Agustín de la Roza, preparó un plan de defensa de dicha plaza en el que contemplaba dar dos cañonazos sin bala para alertar a los soldados -que deberían montar inmediatamente a caballo- y a “todos los habitantes y gauderios que vivan en dicha Jurisdicción para que ejecuten lo mismo poniéndose en marcha con el mayor orden a esta Plaza...”. Falcao Espalter, Mario: Colección de documentos para la historia del Uruguay. Archivo General de Indias, Sevilla, 1928. Gobierno de Agustín de la Roza. Carta dirigida al Rey el 30-1-1769.

3 Assunçao, Fernando O.: El gaucho, Montevideo, Imprenta Nacional, 1963, p. 349.

4 AGN, IX-3-6-6, Maldonado, folio 344.

5 Ídem, folios 320 y 329 a 335.

6 AGN, IX-3-8-1, Maldonado. Varios pueblos 1762-1809. Carta del 3-7-1767. Tanto el gauderio como el gancho se fugaron. Nótese la diferenciación de los términos gauderio y gancho, pues implicaban dos actividades totalmente distintas. Simón Correa Pinto, ya había estado preso en el fuerte de Santa Teresa en mayo de 1764, y habiendo solicitado quedar libre para volver a la Villa de San Carlos, donde tenía esposa y dos hijos, fue liberado gracias a que en este lugar sólo había un zapatero, y era elevada la cantidad de mujeres que calzaban a la española. AGN, IX-7-9-6. Real de San Carlos, 1762-1768.

7 AGN, IX-3-6-6, Maldonado, folio 374. Carta del 7-6-1767.

8 AGN, ídem, folio 468. Carta del 14-10-1767.

9 AGN, IX-2-2-5, Montevideo 1770.

10 AGN, IX-38-7-5, Tribunales, legajo 217, expediente 4.

11 AGN, IX-3-5-3, Banda Oriental. Rosario del Colla, 1759-1809.

13 AGN, IX-2-4-5, Montevideo 1785 y IX-32-3-9, Criminales, legajo 28, expediente 21.

14 AGN, IX-2-4-3, Montevideo 1784. Carta de Joaquín del Pino a Loreto del 13-5-1784.

15 AGN, IX-2-4-4, Montevideo 1785.

16 El comandante Félix de la Rosa explicaba el 5-8-1784 que los hacendados no marcaban “pues maliciosamente de este medio se valen algunas personas para querer introducir sus cueros con el pretexto, que tienen mucho orejano, esto les facilita también que los que tienen estancias en proporción de recibir las entradas del ganado salvaje de la sierra, les aumente su tesoro y se apropien lo extraño solo por haberse pasado sus terrenos...”. Identificaba entre estos estancieros a Francisco de Alzáybar, Gabriel Alzáybar, Melchor de Viana, Miguel de la Quadra y Juan Francisco García de Zúñiga. AGN, IX-9-5-9, Comisos de cueros en Paso del Rey y Santa Tecla. Cipriano de Melo aclaró el método de la estancia de alzados en carta del 16-7-1790, diciendo que los ganaderos huyen “de sujetar a pastoreo o rodeo sus ganados, porque como sólo aspiran al interés del cuero quieren ahorrarse los gastos de peones y demás...”, AGN, Biblioteca Nacional, legajo 191, documento 16.621.

17 AGN, IX-2-3-7, Montevideo 1780.

18 Levaggi, Abelardo: El virreinato rioplatense en las vistas fiscales de José Márquez de la Plata, Buenos Aires, Univ. del Museo Social, 1988, tomo II, ps. 877-880.

19 AGN, IX-38-7-5, Tribunales, leg. 217, exp. 4, testimonio de Cipriano Martínez.

20 Ídem. Testimonio de Benito Chaín.

21 Ídem. Testimonio de Benito García.

22 En Azara, Félix de: Memoria sobre el estado rural del Río de la Plata, Buenos Aires, Bajel, 1943, se dice que los peones, jornaleros y gente pobre no gastaban zapatos, la mayoría “no tenían chaleco, chupa ni camisa y calzones, ciñéndose a los riñones una jerga que llaman “chiripá” y si tienen algo de lo dicho, es sin remuda, andrajoso y puerco, pero nunca les faltan los calzoncillos blancos y sombrero, poncho para taparse y unas botas de medio pie, sacadas de las piernas de los caballos y vacas”.

23 AGN, IX-6-8-3, Hermandad de la Caridad, 1794-1796. La carta, que no figura en ninguno de los trabajos que sobre la estancia de las Vacas he citado, es uno de los tantos documentos que desacredita los ríos de tinta que se han derramado en hipótesis sobre el comportamiento del trabajador rural a partir de la contabilidad de dicho establecimiento.

24 AGN, IX-33-7-7, Hacienda, legajo 65, expediente 1737. Carta del 29-11-1792.

25 AGN, IX-2-4-3, Montevideo, 1784.

26 AGN, IX-38-7-5, Tribunales, legajo 217, exp. 4. Testimonio de Benito García.

27 AGN, IX-38-7-5, Tribunales, leg. 217, exp. 4. Segundo testimonio de Roque Basualdo o Juan Romero.

28 Dice un viajero británico que nos visitó por 1848, que “la palabra gaucho es ofensiva para la masa del pueblo, por cuanto designa un individuo sin domicilio fijo y que lleva una vida nómada”, Mac Cann, William: Viaje a caballo por las provincias argentinas, Buenos Aires, Hyspamerica, 1986, p. 116.

29 A.G.N., IX-3-9-2, Colonia del Sacramento, 1798-1802.

30 A.G.N., IX-1-3-5, Comandancia de fronteras de Cerro Largo, f. 61.

31 A.G.N., IX-6-7-9, Hermandad de la Caridad, 1740-1790.

FUENTE: http://www.asarhive.4t.com/_private/Gaucho.htm



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